In memoriam Argiro Ochoa

Pasos cortos


9 de febrero de 2018


Llama la atención esta crítica que hace Jacinto Jaramillo en su libro Danzas y cantos de colombia (1997) a un montaje del baile de los gallinacitos: “Un tal bailarín de apellido Betancour ha llegado al extremo de suprimir el principal bailarín por un perro y en su pobreza intelectual interpreta una copla haciendo que una mujer se eche al suelo e invite a uno de los integrantes a que se acueste él también. Definitivamente el daño que hacen estos chisgaravises no tiene nombre”. 

¿Será que Jacinto se refería a Pedro María Betancur Vélez, quien fue pionero de la danza folclórica en Medellín y director del grupo Danzas Latinas? Para tratar de atar más cabos y saber si era a este director al que se refería Jacinto, compartimos el enlace del artículo que publicó Pedro María Betancur Vélez en la revista A Contratiempo (Vol. 6, febrero de 1988, pp 103-115) llamado: Los gallinacitos. Juguete coreográfico. Abrir

31 de enero de 2018
Harry C. Davidson. Jorge Franklin
Cárdenas. Colección Biblioteca
Nacional de Colombia
Dentro de los primeros pasos del ejercicio de investigación de Reflexiones danzarias por saber quién fue el colombiano Harry C. Davidson, autor del Diccionario Folklórico de Colombia, encontramos este poema suyo que lleva como título La doncella de rocío. Tomado de la revista Letras y Encajes, Medellín, año XVIII, número 216, julio de 1944, página 7055:





La doncella de rocío

¡Cómo fue bella nuestra vida cuando estuvimos juntos y cómo nos quisimos! Cómo pulsé un rayo de luna para escribirte el más bello poema de plata: te alcé sobre mi voz de poesía y fuiste tú una blanca espiga erguida contra la noche de luceros. Estabas allá en lo alto hecha toda de cristal y de suspiro: hecha una doncella de rocío. Con tu belleza regada sobre el cuerpo como una cascada de agua dulce. Y era tu cuerpo toda una blanca sinfonía de lotos que caen desde la noche, y entre la misma noche se vuelven a perder.

¡Cómo te quise mientras yo te tuve, doncella de rocío! Recuerda esa felicidad tan grande que había en juntar las dos cabezas y ver que el cielo se moría lentamente en cada atardecer. De vez en cuando un beso, un “te quiero”, y sentir que el amor bajaba a nuestras almas, del mismo modo que el silencio crecía hasta la estrella. Ahora te confieso que yo fui tan dichoso que tuve que volver a un lado la cabeza y decir “esto no es cierto”, sabiendo que sí lo era.

Pero ¡ay! la vida. Cómo gusta de repetir su historia: una mujer se aleja y un corazón se queda muerto. Por eso hallamos de pronto que el mundo es enemigo, y la dicha se nos huye como una estrella errante. ¿Qué pasó, mujer, si me querías? ¿Por qué te fuiste cuando yo más te adoraba? No sabes todo el mal que me dejó tu ausencia y lo mucho que he sentido tu partida.

Que he llorado, lo sabe más que nadie este papel que conocí desnudo y ahora está vestido con mi llanto.

Que he llorado, lo sabe más que nadie este papel que conocí desnudo y ahora está vestido con mi llanto. Que he sufrido, pregúntalo a la tierra que ha sentido en carne propia mi abrazo desesperado de agonía. Que he suspirado por ti, te lo dirá la brisa que palpó mis labios secos de polvo y amargura. Mis labios que claman en vano por tus labios y nunca los hallaron. Y así fue como un beso nacido para ti, se tuvo que morir como un perfume herido.

¡Cómo estoy de solo! ¡Cómo estoy de triste! Nadie sabe cómo tengo el alma muerta en esta noche de tragedia. ¡Cómo estoy queriéndote mujer, y tú no estás para decirte que te quiero!

A mi lado ha temblado una yerba como si estuviera triste, como si estuviera sola, como si estuviera fría. Como si estuviera mi alma triste, sola y fría.

Yo me fui hasta los confines del silencio preguntándote. Con la frente helada y los cabellos azotados por el viento vagué bajo la noche lanzando mi grito contra el mundo: ¿dónde estás mi doncella de rocío? ¿Por qué te fuiste y me dejaste solo? Y entre mis brazos sólo ha quedado un poco más de ausencia, y mis voces no han hecho más que agrandar ese silencio.

Aquí estoy parado sobre la tierra dura y llorando contra el cielo. De entre las manos caen lentas las gotas de tristeza. Pero hoy te digo a ti, mujer lejana: de la noche más amarga algo queda, aunque sea el rocío para una rosa: tú serás el rocío que deje esta noche oscura como las más oscura de mi vida. Y yo estaré esperándote con mis pétalos abiertos: es tanto lo que te he querido, que te perdono el gran dolor que me has causado.

Nacerá de nuevo la mañana como una flor temblando. Y nos verá a nosotros felices e ignorados, amándonos como jamás se amaron una rosa y un rocío.


Harry C. Davidson